San Benito



El Libro Segundo de los Diálogos, que san Gregorio Magno redactó unos cuarenta años después de la muerte de Benito, es el texto del que acostumbran a extraerse los datos de su vida. En este relato, Gregorio expone los milagros y hechos prodigiosos realizados por san Benito, según le fueron transmitidos por los abades Constantino, sucesor de Benito en Montecassino, y Honorato, que presidía la comunidad de Subiaco. A Gregorio le interesó sobre todo destacar la santidad de este patriarca del monacato occidental, y no tanto el discurrir cronológico de los hechos.


Benito nació en Nursia, Italia, hacia el año 480 en el seno de una familia de patricios. En su juventud cursó en Roma derecho, retórica y filosofía. En esa época, dejando la vida que veía seguir por los jóvenes de su época, dio un nuevo rumbo a su existencia. Le precedió con su ejemplo su hermana gemela sta. Escolástica, que se consagró a Dios en su juventud.

San Benito comienza su vida de entrega a Dios retirándose a Enfide (Affile en la actualidad) para iniciar una experiencia eremítica señalada por la oración, estudio, ascesis y penitencia. Tras este tiempo de soledad, eligió el monte Subiaco para seguir retirado del mundo. Durante tres años habitó en una cueva bajo la guía de Romano, un ermitaño que moraba en un lugar cercano y que le provee de todo lo necesario, tanto material como espiritualmente. Finalmente, recibirá el hábito monástico de manos de Romano.

La siguiente etapa le llevó a convivir con los monjes de Vicovaro, quienes le eligieron como prior. Pero el reglamento de vida y las exigencias de la regla que les dio san Benito no fueron aceptados por ellos, decidiendo envenenarlo para acabar con él. Milagrosamente, cuando le dieron el vaso con la bebida envenenada, éste se rompió en pedazos.

Ante estos hechos, Benito decide volver a Subiaco con la idea de fundar nuevos monasterios y dio inicio al primero de ellos con el grupo de jóvenes que se congregó en torno a él. A éste le siguieron otros difuminados por la región. Al saberse objeto de envidia de monjes vecinos, abandonó el lugar para establecerse en Montecassino. Allí erigió otra abadía el año 529, y redactó hacia el 540 su conocida Regla de los monjes, fruto de su experiencia monástica, punto de referencia ineludible para la vida monástica de la familia benedictina, y muchas otras, que la tienen como norma de vida hasta la actualidad. Su unánime aceptación ha sido la artífice del título otorgado a Benito como «patriarca del monacato occidental». El hecho de estar fundamentada en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia ha contribuido a que mantenga su validez hasta nuestros días. Sin grandes pretensiones, san Benito nos presenta una Regla de iniciación, como él mismo dice en el cap. 73. En ella no se pretende ordenar nada áspero, sino la exhortación a una vida cimentada en la centralidad del Amor de Cristo, con la vida fraterna en Comunidad, dentro de los muros del monasterio, donde los monjes se sirven unos a otros por amor de Cristo. La humildad, la obediencia, la oración, el trabajo, la estabilidad en el monasterio, serán los pilares de la consagración benedictina. Así pues, lLa vivencia de la caridad, y la pobreza, siempre con un espíritu de fraternal y gozoso servicio por amor a Dios, vivido en el silencio, darán forma al día a día en el monasterio.

San Benito tuvo entre otros carismas el de hacer milagros y el de profecía; era un dechado de virtudes. En su regla se aprecian muchas de ellas a través del perfil que trazó sobre la figura del abad, destacando el rigor que debe caracterizarle y la responsabilidad que encarna como guía de sus hermanos.


Su hermana santa Escolástica, que compartió con él similar vocación al monacato, moraba con su comunidad en las estribaciones de Montecassino. Acostumbrados a compartir sus altos ideales, ambos se veían semanalmente de forma puntual. Al final del día, Benito regresaba al monasterio con los monjes que le acompañaban. Pero en una ocasión, Escolástica le rogó que se quedase hasta el día siguiente.

Dada la negativa de San Benito, su hermana oró a Dios y de repente estalló una tormenta tal que le obligó a permanecer junto a ella. Como Benito le culpase de la situación, ella le replicó que había sido Dios quien había escuchado sus ruegos. Poco tiempo después su alma volaba al cielo, mientras su hermano la veía entrar en el cielo en forma de paloma.

San Benito fue canonizado por Honorio III en 1220. Pablo VI lo proclamó Patrón de Europa en 1964 con la carta apostólica «Pacis nuntius»